lunes, 7 de junio de 2010

húmedo pero seco

Miraba hacia el viento y la noche la esperaba sentada bajo el gran árbol, balanceándose suavemente y el rocío goteaba lento, como la hoja que caía en el balancín antiguo y roñoso.
Miraba al viento y olía la carne que húmeda rondaba los espacios repletos de lágrimas, de espera, de venganza, de gritos estrujados en una montaña lejana, de gritos silenciados por siglos, de miseria del alma, de venganza, de venganza, de venganza.
El viento en este rincón del mundo ya ni si quiera silbaba, el viento era también parte de ese desquite inconsciente, entretejido cada noche, cerraba puertas, evitaba llamadas, husmeaba... buscaba nada, ya nada quedaba, llamaba al ciego, al negro, a la negra de zapatos grandes, de pies negros caminantes eternos, polvorientos, sedientos.
El paisaje era húmedo, pero seco.
Sólo miraba, sólo sentía, sólo escuchaba, sabía que más allá, al otro lado, lo que había dejado no era tal, lo que había encontrado era lo que había olvidado...
Y el viento balbuceó el sueño sobre las ramas del árbol infinito, el viento la llevó a las fauces negras donde ella, incógnita del único viaje, le tomó de la mano para montar el árbol y mirar desde allí lo que dejaba, para atisbar desde allí lo que venía en el barco lejano, bello, pomposamente simple, cautivante, performático...