martes, 23 de marzo de 2010

Después del Diván (Final)

Habían sucedido más de tres años. Ese departamento ya se había convetido en su santuario, las sensiones eran sus misas y las declaraciones sus oraciones.
Estaba atrapada. Sabía que debía dejarla, pero no tenía fuerzas. ¿Cómo volver a caminar por la ciudad sin sus ojos, su fuerte mirada, firme morada de la moral, intensa simulación de apaciguada tormenta?
"Usted podría venir hasta su muerte y más allá", en más de una oportunidad su voz seca, incluso torpe, la invitaba a seguir, seguir y seguir.
Durante ese tiempo, vivió, comió y sufrió como el resto de aquellos años que antecedieron su etapa de Diván, como ella la denominaba. Finalmente qué hacía la diferencia. Si, siempre quería lo imposible, le gritaba a la otra esquina mientras la voz repetía desde su rincón en penumbras, "lo imposible es una construcción mental".
Buscó excusas, muchas. Algunas bastante inteligentes. Que estaba juntando miedo y que el miedo la paralizaba y que no quería seguir y que mejor liberarse de lo que ella representaba y que al final no podía.
En los días de lucidez lograba levantar tales escenas multicolores de fuga que llegaba con la seguridad en los ojos, con la palabra cierta en los labios. Las manos abiertas para entregarle lo único que tenía. Su alma descuidada.
Esas excusas recorrían sílabas, salivas y espacios, " sólo seré, ves? ya no te necesito, seré en el mundo", anunciaba con plácida ternura, con calma desde dentro. Ella como siempre, la observaba, sonreía levemente hacia el lado izquierdo, asentía, le permitía su derecho a articular lo que parecían ser sus verdades.
Sin embargo, aquellos días de lucidez eran los menos. Jadeante regresaba al encuentro siguiente. En silencio, acallada de rabia, en la pugna interna, se mordía los labios hasta romper el flujo de rojo vivo de su rostro impávido.
La cuenta regresiva le concedió 1080 encuentros a su haber. Fue una sesión apacible, como un bálsamo. Al despedirse, ambas regalaron su mejor sonrisa, insólita visión de blancura. La mano temblorosa apretó el gollete, una de las sonrisas se pagaba, sin la menor intención de evitarlo. Se apagaba la duda, la rabia, la ira, la falta de sueño, la prontitud del trabajo, los pensamientos ajenos, los espejismos, los fantasmas de fuego, los bosques y los miedos.  Fue el producto de aquel pacto mutuo. El más mudo de los pactos engendrados hacía más de 1000 días, cuando por primera vez traspasó el umbral de aquella consulta-casa-oficina.