domingo, 14 de febrero de 2010

Ritual (Parte II)

Respiró. Una vez, dos. Respiró como si fuese a terminar el oxigeno de la montaña en cada uno de sus respiros. Mientras, atenta a los movimientos, a los ojos. Hace tan sólo 8 minutos estaba en un camino, buscando un destino. Ahora, en medio del calor intenso de una ruma de rocas, intentando ser fiel a ella misma. Una sólo sensación corporal y emocional: Búsqueda.
Alguién de los muchos que allí comenzaban a congregarse, gritó, necesitamos manos para la carpa. Sin pensarlo se acercó. Era la única mujer en esa acción. La carpa azul oscura, gruesa y empolvada, como sus pies y sus manos, pesaba mucho más de lo que se imaginó. Todos tiraron de ella, logrando formar el techo de aquella extraña estructura hecha como de bambú, arraigada en el mismo cerro. No entendía nada y por primera vez no importaba un carajo! había ayudado a armar el techo de lo que los hombres llamaban temazcal!
Una línea cruzó su mente, una línea púrpura, finamente definida. Algo cambió.
Caminó hacia donde había dejado ordenadamente su bolso cuadrille, con sus ropas, agua, pinturas, cosas y mil cosas, que pensó podrían servir para esta oportunidad. Nada de eso ocupó, excepto el agua.
Pasaron 22 minutos. Luego 37. De los 18 ojos que contempló en un comienzo, se encontró repentinamente con muchos, muchos más. Como que la visión de una mosca se tomó el lugar. Las mujeres, que ahora tomaban un rol activo, llamaron a los presentes a formar una fila en dirección norte desde el centro del fogón. Uno tras otros, descalzos cruzaban el umbral de un espino para entrar a un lugar sagrado.
Ella siguiendo las señales, seguía unas huellas visibles.
Lentamente cada mujer y hombre, niño, vieja y viejo, gorda, flaca, morena, crespa y rubia, se envolvía en un humo de tabaco para limpiar algo sucio que todos llevamos dentro...
Un circulo con los novatos y otro con los iniciados.
De su cuello brotaban lágrimas intensamente dulces. Hacía más de 14 minutos estaba en el lugar que buscó sin saber que existía. No tenía ni la más mínima conección con aquellas personas, pero el ritual ya había dado inicio.
Entró a la estructura como hecha de bambú, temazcal le llamaban los hombres. Debía oler la tierra y comer del polvo.
Ya dentro, cuerpo a cuerpo, manos, hombros, piernas, caderas y ojos cerrados, vapor, calor, tambores, sudor, cuerpos, manos, lágrimas, gritos, cánticos, primera fase, segunda y tercera, atadas las manos a la misma tierra, tocando el mismo cielo, colgada de aquella línea púrpura finamente definida en el aire, en la masa sagrienta de las palabras vomitadas, de los llantos contenidos.
Nada la detuvo llegó hasta el final, el camino tenía un final y era ese. El sudor fue su alimento, el calor su refugio, el humo limpió eso sucio que todos tenemos dentro.